Capitulo 2 "Destinos Cruzados"

{Flashback: Segundo día de fuga.}

Candentes llamas azules alrededor de una audaz ala rozaron el hombro de una indefensa damisela, cuyo delicado cuerpo cayó sin oponer ninguna resistencia junto a un desgarrador grito de dolor. El inútil caballero a su lado apenas tuvo el tiempo necesario para desenvainar la espada encorvada, justo antes de presenciar la perturbadora e irónica sonrisa de una misteriosa mujer situada a unos metros de él. A los segundos, otras potentes llamas consumían el rostro de la misma mujer hasta hacerla desaparecer, sin dejar ningún rastro de ella, ni cenizas siquiera. Un deslumbrante acto de magia sin lugar a dudas. El único sobreviviente se quedó boquiabierto unos segundos antes de liberar el nombre de la princesa a punta de chillidos. La voz del inútil guerrero llegó a invadir el bosque por completo.
Quería morir. Morir por un fracaso total en cumplir una promesa hecha meses atrás. No valía la pena disculparse, porque todo había sido su culpa. Ni siquiera la típica idea de una venganza descontrolada se cruzaba por su mente, tenía el espíritu desfallecido.
De repente, cuando optó por retirar la mano y revisar la herida, una extraña cicatriz se reveló. La extravagante figura de tres cruces horizontales bordeadas por un color rojo carmesí, superaba por mucho la imaginación del guardián. En seguida, sin un minuto de demora, una repentina fiebre se hizo presente junto a unas fuertes convulsiones provenientes del cuerpo casi inerte. Vivía, al menos todavía seguía con vida. Que alegría.
Al compas de un escandaloso trote, una corpulenta figura aparecía entre el camino de robles encima de un caballo marrón muy veloz, cuyos cascos producían un pequeño temblor en cuanto golpeaban la tierra. El jinete era un hombre de unos veintitantos años de edad quien venía con una expresión de angustia en la cara. Cualquiera se preocuparía por ser asaltado a mitad de la noche, o peor aún, por encontrarse con los monstruos del bosque, pero Konzue no. Él tenía una inquietud diferente, el tiempo. Llegar tarde a un encuentro con su viejo camarada lo inquietaba de sobremanera. Por su parte, Fujiwara lo veía sin muchos ánimos a causa de lo ocurrido. No conseguía borrar las imágenes de la caída de la princesa. Apenas logró esbozar una leve sonrisa cuando tuvo el caballo frente a él. La carroza había arribado.
–Al fin llegas, Konzue– Dijo el militar en un susurro casi inaudible.
–Lamento el retraso, pero no puedes culparme. El bosque es un laberinto por la noche y bien lo sabes– Se justificó Konzue.
–Lo sé, lo sé. Espero puedas perdonar mi rudeza.
Los viejos amigos de la infancia se palmearon las espaldas en un saludo mutuo y, a continuación, abordaron a la muchacha con total delicadeza sobre la improvisada cama de paja, además de cubrirla con una manta.
A falta de una buena conversación, Ikki comenzó a relatar por segunda vez los acontecimientos del día. Algo parecía sonar distinto a los oídos de un buen amigo. Por lo general, las hazañas de Fujiwara siempre eran contadas en un tono heroico, lleno de interminables detalles sobre todo cuando se hablaba de un enfrentamiento de espadas. En cambio, ahora la voz de Fujiwara sonaba terrible, sin ganas de hablar. Una voz muerta, a decir verdad.
A la mañana siguiente, la luz sol se infiltró por la ventana de una oscura habitación. Poco a poco, las sombras de la noche desaparecían dejando en descubierto el rostro exhausto de un guerrero, quien siendo incapaz de dormir a causa de los sentimientos de culpa, se disponía a esperar el inminente despertar de una dama encantada. Ella yacía inconsciente con un paño en la frente e inhalando aire por la boca. La sonrisa risueña se había desvanecido.
Según lo acordado entre los amigos de la infancia, el albergue de Konzue serviría de refugio los primeros días de fuga con tal de explorar los alrededores de la villa oculta donde ahora se encontraban. Para suerte de muchos, la ubicación de la pacifica villa era ilocalizable, sólo los habitantes de ella sabían cómo entrar a ella por medio de una gruta escondida al pie de una cascada. No obstante, la expedición se vería cancelada por lo sucedido. Al principio creían estar ante una simple enfermedad. Por ello, atendieron a la paciente con medicamentos comunes, pociones baratas y remedios caseros, pero nada la sanaba. Dentro de una semana se enterarían de la verdad.

Mientras tanto, un mensajero perdía una carta en medio de un disturbio. La carta voló desde su posición impulsada por el fuerte soplo del viento hasta sobrevolar el patio del castillo donde fue perforada por una flecha extraviada.